Hambre

La línea entre respetar la vida privada de alguien y dejar de preocuparse podía ser muy fina.

Por eso había empezado a escribir cuando era adolescente. Si lo podía convertir en palabras, podía sobrevivir a ello.

La primera vez que Helena oyó hablar de la reforma educativa había dado por hecho que se trataba de un bulo de mal gusto. El nuevo currículum era un proyecto demente. Las asignaturas fundamentales quedaban mutiladas. Todos los alumnos de Suecia iban a tener gimnasia y ciencias de la salud por las tardes, y se aumentaban las horas para las clases especiales. Era una solución temporal, había prometido Johan Svärd; «situaciones excepcionales requerían soluciones excepcionales», etc. En cuanto los niños afectados alcanzaran el peso aceptable, volverían a las clases normales.

La idea de convertir la obesidad en una patología se fundamentaba en unos valores morales parecidos a los que antaño estaban detrás de la tesis que consideraba la homosexualidad como una enfermedad. La mujer hambrienta y rebelde que era quemada en la hoguera a lo largo de la historia.

La promesa electoral del Partido de la Salud era convertir a Suecia en el país más delgado de Europa. Antes de que su mandato terminase, todos deberían haberlo conseguido. Incluso teniendo en cuenta las circunstancias atenuantes, no podía ir a unas elecciones con medio millón de gordinflones como lastre.

El Instituto de Nutrición se había dado cuenta de que la vieja medida de la obesidad, el IMC, daba resultados demasiado generosos. La gente alta podía librarse. [...] El índice de grasa muscular del Partido de la Salud se había convertido en su mejor arma. El índice de grasa muscular era lo que decidía la idoneidad profesional de cada cual. Un IGM superior a 42 te descalificaba para cualquier trabajo de funcionario.