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Esta novela me acompañó durante los días más duros del confinamiento. Avanzaba en su lectura totalmente fascinada por su pluma cargada, a partes iguales, de vida y muerte. Sentía, escondido entre sus páginas, algún eco de Bolaño. Su ficción es impactante, como si se tratara de un tren de mercancías descarrilando en las vías. No hay concesiones, es certera, mágica, sobrenatural en ocasiones, violenta, dramática, perturbadora y deslumbrante. Una obra siniestra que nos sumerge en aquellos lugares que nos oprimen, donde la oscuridad reina y el poder del demonio se materializa. Todas las páginas de este libro pesan. Avanzamos con tristeza, palpando el dolor de unos personajes que se encuentran encerrados en un limbo. No hay luz en su camino, su destino se encuentra limitado por un abismo infinito y el amor incondicional es quizás lo único que les permite dar vida a unos músculos que se contraen y se distienden combatiendo el vacío. Nos muestra la impunidad de quienes actúan con maldad, nos recuerda que la desigualdad es el pilar que sustenta nuestro sistema y consigue formar sombras a nuestro alrededor que gritan aun sabiendo que no van a ser socorridas. La justicia no siempre es justa, como decía Javier Cercas en Terra Alta. Vagué como alma en pena tras cerrar la última página de esta novela, tras terminar el viaje, con peaje, por el que me llevó Enríquez. |
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