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Crítica de Paloma


Paloma
21 March 2020
“Con qué facilidad se convierte la vida que no vivimos en la única vida que valoramos”

Como muchas historias de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, y en particular de prisioneros de los campos de concentración La Bailarina de Auschwitz es un testimonio desgarrador de una joven mujer que lo perdió todo pero tuvo la fuerza y el espíritu para continuar con su vida, a pesar del dolor. La historia de Edith Eger es desgarradora y sin importar cuántas veces o cuántos testimonios sigan apareciendo, ninguno deja de ser impactante. ¿Cómo fue posible que otros seres humanos vieran con tanto desdén y tan poco respecto a otros? Y aunque después de finalizada la guerra muchas veces se repitió “nunca más”, la realidad es que estas situaciones se han vuelto a presentar una y otra vez en la época contemporánea, en menor escala si se quiere, pero no han desaparecido. Lo peor es que, con frecuencia, seguimos cerrando los ojos.

Este libro me ha sacudido enormemente. Sin embargo, considero relevante hacer una aclaración: la traducción del título al español es totalmente errónea y puede llevar a su lectura esperando una cosa y recibiendo otra. En un principio, a mí me sucedió: estaba esperando únicamente un testimonio, una historia y sí, una historia de supervivencia, pero este es un libro que es más cercano a la psicología. de hecho, el título en inglés se traduciría como La elección y no como la bailarina. Y, si bien hay bastantes capítulos dedicados a la historia de la autora, a su vida antes del campo de concentración y durante el mismo, al final, creo que el tema central del libro no es su experiencia con el ballet, sino su crecimiento personal y la superación del trauma del genocidio.

De hecho, la autora, después de abandonar Europa, estudió psicología en Estados Unidos y posteriormente se volvió alumna de Víctor Frankl, otro superviviente de la Guerra y de los campos, y reconocidísimo psicólogo. Muchos de los capítulos se basan en la experiencia de Eger como psicóloga y hace referencia a muchos casos que le ayudaron a ella a reconocer sus miedos, mismos que había enterrado, y a superar sus traumas. Porque, y esto resulta impactante, ella no superó lo vivido en Europa sino hasta casi 30 años después y en gran medida esto se debió a que no se animaba a enfrentarlo: enterró el miedo y el dolor y trato de seguir adelante.

Ahora bien, en un principio (y como estaba esperando otro tipo de texto), me sorprendió un poco el giro del libro; sin embargo, está tan bien escrito y maneja temas fundamentales que me atrapó en su totalidad. Me ha hecho reflexionar –no solo en cómo nos planteamos la vida y cómo manejamos nuestros problemas, sino también en ciertas cuestiones personales. Aún estoy intentando digerirlas pero sin duda, es un texto que, siempre y cuando el lector sea receptivo, tiene importantes lecciones de vida y plantea cómo mejorar y sanar de viejas heridas. Me quedo con una frase que la autora reitera en múltiples ocasiones: muchas veces, somos nosotros mismos quienes construimos y mantenemos una prisión en nuestras vidas y si bien podemos haber sido víctimas de una situación, es nuestra decisión mantenernos ahí, negándonos la felicidad. Buscamos miles de maneras y excusas para no ser felices, que no disfrutamos el hoy y el ahora. Y no hay nadie más que uno mismo capaz de superar sus miedos y vivir en paz.
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