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El jilguero es una novela que me produce sentimientos encontrados, ya que, a pesar de haberla disfrutado, ha habido momentos en los que me planteé dejarla a medias por lo lento del desarrollo de la acción. Dicho esto, vamos con la reseña: El jilguero cuenta la historia de Teo, un chico que se queda huérfano tras un ataque terrorista en el Museo Metropolitano de Nueva York. En la confusión del momento, decide llevarse el famoso cuadro que da nombre al libro y ahí, empieza su periplo. Si bien la narrativa inicial nos presenta a un Teo adulto que se encuentra en una habitación de hotel en Holanda, todas las acciones que le llevan a ese punto, están relacionadas con el robo del cuadro. Interesante, ¿verdad? La narrativa es muy sólida y está muy cuidada, se nota el esmero de la autora en cada línea. Sin embargo, hace un uso excesivo del detalle, lo que lleva a que haya páginas, incluso partes de capítulos que no aportan absolutamente nada, convirtiéndose así en un libro extenso, pero innecesariamente largo. Puedo entender que haya personas que lo hayan dado por imposible. Los personajes centrales de la obra los conocemos a través de Teo, el cual narra la historia de su vida, pero no es un narrador confiable, ya que en la historia hay muchas lagunas debido al consumo excesivo de drogas durante su etapa adolescente. No obstante, a pesar de no ser una voz fiable, crecemos con él, seguimos sus pasos hasta llegar al punto de inicio del libro, deseando saber qué va a pasar. Lo que más me ha gustado de la obra ha sido lo original de la misma. Si bien el final es un tanto anticlimático, he disfrutado de la lectura. 3/5 |
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