Puede que no sea mi Dickens favorito (nadie va a ganar en mi corazón a la señorita Havisham, como Murielo bien sabía), puede que sea el Dickens menos dickensiano de todos, pero solo por ese primer capítulo que a algunos resultó tedioso a mí me merecería la pena releerlo siete veces más. Si a eso sumamos ciertos personajes (tejedora Defarge, nuestro querido Carton) y la gran protagonista para mí de la historia, la revolución de una clase oprimida que empieza (y termina) como todas las revoluciones: ilusión, rabia, deseo de cambio, de venganza. Dickens es único describiendo las miserias (y bondades) del ser humano.
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