Grandes Esperanzas

Este es un clásico de esos que no se olvidan una vez leídos. Llevaba en mi lista de pendientes desde hace siglos y por fin le llegó su turno.
Escrito en primero persona desde el punto de vista de Pip, un niño que me ha obligado a desplegar todo el abanico de sentimientos posible, dependiendo de la parte del libro en que me encontrara, y son tres bien diferenciadas, según sus etapas de la vida.
Lo cierto es que la parte que más me ha gustado es la de la infancia, mientras convive con su hermana mayor y su marido, con un trato que hoy podría considerarse violencia familiar. Besitos para Joe, el cuñado, collejas para su hermana, aunque más tarde me he arrepentido de dedicarle las palabras tan poco apropiadas para una dama.
Durante la adolescencia, cuando empieza a hacer cosas que me han hecho darme más de una vez con la mano abierta en la frente, collejas para Estella, besitos para su amigo Herbert y un gran collejón para el mismo Pip, porque es tan desesperante como cualquier otro de su misma edad, salvando las distancias de la época, le veía perfectamente jugando a la Play Station con sus compañeros de estudios.
Por último pero no por ello menos importante, en la que tiene que tomar decisiones como persona casi adulta, admito que es con la que menos he disfrutado por un lado, pero la que más sorpresas me ha traído. Me ha dado tantas vueltas que no estoy muy segura de a quién darle besitos y qué personaje se gana las collejas.
Una lectura que necesita su tiempo, se disfruta más saboreándola y estudiando al elenco que aparece y desaparece, en todo un alarde de psicología, se pueden sacar muchos datos de la forma de actuar de cada uno. Es una lectura, con una ambientación maravillosa, un tremendo testimonio de la sociedad inglesa del siglo XIX, os la recomiendo si, como yo, lo habéis pospuesto por temor a lo que os podéis encontrar.