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Crítica de Guille63


Guille63
29 September 2023
Será que hay que tener una edad, o un cierto bagaje como lector, para apreciar debidamente la gran obra de Cervantes. Y no me refiero al valor que pudiera tener al ser la primera novela moderna de la historia, a su importancia como hito literario, no, estoy hablando de la habilidad de su autor para aunar agudeza en el juicio y diversión en la trama. Ahora, tras tanto años de mi primera lectura, me llaman la atención algunas cosas.

En primer lugar, la rapidez con la que se van enlazando los sucesos. de todos son bien conocidas las cómicas, y a veces tristes y a veces ambas cosas al tiempo, aventuras a las que la locura fue conduciendo a don Quijote para regocijo de sus lectores. Pero quizás sea menos conocida la cantidad de páginas que Cervantes dedica a las historias de amor, con un regocijo bastante más moderado por parte de este que les escribe. La primera, por descontado, es la que vive el propio Don Quijote con una Dulcinea inexistente e ideal que su locura hace identificar con la no tan simpar Aldonza Lorenzo, pero hay muchas más: Grisóstomo y Marcela, Cardenio y Luscinda, Fernando y Dorotea o el curioso trío de Lotario, Anselmo y Camila… Lo llamativo de estas historias es la inteligencia y determinación que muestran estas mujeres frente al vergonzoso papel que se les adjudica a los hombres. de hecho es llamativa la reivindicación feminista que nos hace el autor:

“Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por donde quiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento las menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad.”

Menos me ha sorprendido que para algunas cosas exponga tanto lo blanco como su contrario lo negro, no por nada hay alguno que lo considera la Biblia española. Un ejemplo es esa reivindicación “comunista” que enarbola el Quijote en su discurso de la primera parte:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío!”

Cervantes identifica como uno de los principios del descarrilamiento de la humanidad esa aparición de la propiedad privada, hecho que sitúa justo en el momento en el que el ser humano dejó el nomadismo para asentarse y vivir de la agricultura.

Palabras que no se corresponden muy bien con el clasismo que Cervantes presenta otras muchas veces, que, por otra parte, es lo propio de su época, pues “no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural” o “después de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen”.

No quisiera alargarme mucho con este comentario pues ya se sabe “que ninguno hay gustoso si es largo”, pero es difícil atenerse a tal propósito.

Como decía, alguno ha considerado la obra como la Biblia española, y este alguno del que hablo no es otro que Unamuno que consideraba a Don Quijote el Jesucristo hispano y, sin entrar en sus razones, no lo encuentro yo desatinado. Don Quijote es un creyente absoluto, “el caballero de la fe” que decía Unamuno. Igual que Jesucristo se creía Dios, Don Quijote se cree caballero; igual que Jesucristo se creía, como hijo de Dios, llamado a salvar al mundo, Don Quijote se siente obligado por su situación de caballero a “desfacer agravios y enderezar entuertos”, a salvar al menesteroso y al desvalido; ambos tienen una fe inquebrantable en unos principios que rigen un mundo ideal del todo inalcanzable y, pese a la tozudez del mundo en ser lo que es, nada los amedrenta, nada menoscaba su fe en lo que representan y en el tipo de mundo que creen habitar, nada debilita su vocación de sacrificio. Ambos ven en sus derrotas las maquinaciones de magos o diablos cuyo único fin es el de entorpecer sus aventuras para impedir su fama, su gloria y sus fines… hasta se creen hacedores de milagros, como ese bálsamo de Fierabrás que tan milagrosamente curó a Don Quijote de su maltrecho cuerpo, pese a que su escudero Sancho solo consiguiera, al probarlo, “desaguarse por entrambas canales”, lo que no es de extrañar en alguien que no es caballero, esto es, que no profesa la misma fe inquebrantable de su señor.

Por su parte, Sancho encarna perfectamente al otro tipo de creyente, al que más abunda, al que yo denomino ALGUISTA. El ALGUISTA piensa como creyente que bien pudiera ser que no fueran gigantes, sino molinos, que no fueran ejércitos enfrentados, sino rebaños de cabras, que no fuera castillo, sino venta, que no fuera Yelmo de Mambrino, sino bacia de barbero, y es más que probable que sea pura fantasía la existencia de esa “caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan”… pero ALGO tiene que haber, esta vida no se puede reducir a esta realidad miserable, todos nuestros afanes deben responder a un propósito, ALGO hay, sin duda. Además, que nadie puede asegurar que al final del camino no aparecerá esa Ínsula en la que poder ser, al fin, feliz.
“… todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal y el bien sean durables, y de aquí se sigue, que habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”

Otra razón de mi extrañamiento es que, dado el éxito que tuvo la primera parte de la obra, el propio Cervantes se hace eco de ello en la segunda, resulta curioso que el autor no repitiera la receta en la continuación de su obra. En su primera entrega, la crónica de las aventuras de Don Quijote y Sancho es frecuentemente interrumpida por pequeños relatos acerca del amor, que, apenas aparecen en la segunda parte, más centrada en esas cosas que “por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas”, “mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia”, cosa que le agradezco al autor enormemente, pero que no deja de sorprenderme.

Otro tema chocante en la parte segunda es la degradante forma en la que unos marqueses tratan a don Quijote. Hasta ahora, el Quijote había padecido muchas adversidades indudablemente cómicas, pero que eran producto del choque natural entre su locura y la realidad, era él quién corría hacia la aventura. En los que centran esta segunda parte, son los marqueses, y no solo ellos, los que, para su propio placer y jolgorio, propician estos sucesos convirtiendo a don Quijote y a Sancho en bufones de la corte. Si bien Sancho sale bien parado de la burla como gobernador (un gobernador que ejerce su gobierno con poder absoluto y con unas dotes, a mi modo de ver, exageradas para lo que hasta este momento sabíamos de nuestro fiel y codicioso escudero, incluyendo el hecho de decidir abandonar el poder), don Quijote, por el contrario, sale escaldado una y otra vez de forma absolutamente grotesca.

“Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer”

En fin, así es, no todo el mundo saca el mismo provecho de su lectura. Me dirán que eso ocurre con cualquier libro, y es cierto, pero el caso de este es muy especial.

Los muchos años que lleva en el universo literario juegan a su favor, y si durante un buen número de ellos fue considerado simplemente un libro cómico y de aventuras, después ha dado lugar a multitud de interpretaciones a cual más sesuda, con lo que Cervantes acabó saliéndose con la suya, que no es otra que la que explicitó en el prólogo: que leyéndolo, “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla Un propósito encomiable y peliagudo que quizá le turbó en demasía si tenemos en cuenta la cantidad de errores, olvidos o contradicciones que contiene, al menos en su primera parte.

En cualquier caso, no deja de sorprender que un Ortega considere al Quijote como “el eterno esfuerzo en el que se debate la cultura toda por dar claridad y seguridad al hombre en el caos existencial en que se halla metido” y un Tom McCarthy piense que se trata de “alguien que quiere ser auténtico… y descubre que para lograrlo ha de sumergirse en ficciones”. Parece que fue Friedrich W. J. Schelling quién estableció la teoría de que la novela confrontaba el idealismo con el realismo, siendo don Quijote el defensor de un ideal inalcanzable en contra de una realidad tozuda y desagradable. Hay quién solo ve en la novela una sátira de las costumbres de la época o, yendo un poco más allá, de la idiosincrasia española. Hasta hay quién ve en la novela una Biblia que tiene a Don Quijote como a un nuevo Cristo.

Me pregunto si Cervantes era consciente de todo esto que ahora se le atribuye, o si no era más que, como algunos argumentan, un genio irreflexivo, vamos, algo así como el burro al que le suena la flauta por casualidad (aunque bien es verdad que, al menos, la tocó dos veces).

Por mi parte creo que tampoco es descartable que la dolencia de don Quijote no fuera más que una fuerte crisis de los cincuenta y, de igual forma que hay quién se compra una moto y se cree el rey del mambo, éste, consciente de pronto de la potencia de su brazo, decidió montárselo a lo grande y ponerse el mundo por bacía de barbero.

“Todo es morir, y acabóse la obra”

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