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Esta novela de ciencia ficción nos presenta un mundo en el que las mujeres no pueden decir más de cien palabras al día, no pueden leer y tampoco pueden comunicarse mediante otro sistema. Todo lo demás está prohibido. Están limitadas a esas cien palabras. Para contabilizarlas, llevan unas pulseras que también las castigan si se extralimitan: cuando se pasan de las cien palabras, reciben unas descargas eléctricas. ¿Os imagináis vivir así? Porque yo no podría. Leí este libro en una lectura conjunta con mis amigas el año pasado y acabamos comentando muchísimas cosas (injusticias, sobre todo). Pero, lo más importante, es que sentía una necesidad enorme de ejercer mi derecho a hablar y a comunicarme mientras leía la novela. Hay situaciones muy duras que te hacen sentir rabia e impotencia. Una escena que se me quedó muy marcada, y no os exagero si os digo que me emocioné, fue cuando la protagonista se angustiaba por no poder contarle un cuento a su hija antes de dormir y por cómo la hija lo tiene tan normalizado. Por otra parte, me resultó de lo más interesante que la protagonista fuera una neurolingüista y todas las cosas que contaba al respecto sobre este tema. Si os gustan este tipo de distopías, sin duda este es vuestro libro. Es duro, pero me gustó mucho. Nos dio para debatir bastante y, aunque el final es un poco acelerado (no entraré en mucho más detalle para no hacer spoilers), merece la pena leer la novela. |
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