Ophélie era una excelente lectora, una de las mejores de su generación. Podía descifrar las vivencias de las máquinas, estrato por estrato, siglo por siglo, al filo de las manos que la habían tocado, utilizado, amado, dañado, reparado. Esta aptitud le había permitido enriquecer la descripción de cada pieza de la colección, con un sentido del detalle hasta ahora sin igual. Allí donde sus predecesores se limitaban a examinar el pasado de un antiguo propietario, máximo dos, Ophélie se remontaba hasta el nacimiento del objeto entre los dedos del fabricante.