Muchas veces los sentimientos y las emociones eran difíciles de ser puestos en palabras.
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Muchas veces los sentimientos y las emociones eran difíciles de ser puestos en palabras.
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Había aprendido, o tal vez lo estaba haciendo, que las personas éramos como casas bien cerradas: para hacernos amigos de alguien, lo primero que necesitábamos era que la otra persona abriera la puerta. Podíamos insistir tanto que se terminaban cansando y abriéndola solos, pero no podíamos abrirla a la fuerza.
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Con la música se logra expresar eso que no puede pronunciarse en palabras, pero que tampoco se puede callar.
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Samanta no dejaba de sorprenderme. Era un conjunto de paradojas y opuestos que me costaba descifrar.
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Vicky sonrió y yo le devolví la sonrisa. Lo que debió sorprender a su hermano, porque se quedó mirándome atontado. —¿Qué? —le pregunté con brusquedad. —Llevo semanas intentando hacer que sonrías, y mi hermana lo logra en un segundo —dijo incrédulo. |
—Cada segundo que respiramos, vivimos, Cande. Cada segundo en el que nuestro corazón late, sin importar cuán lento o cuán chiquito sea, estamos viviendo nuestra vida. Así que unos años podrían significar miles de vidas si sabés aprovecharlos.
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¿Por qué hacemos lo que hacemos? Esa sería una buena pregunta para hacernos todos los días. Es una pregunta que podés agregar a la lista de preguntas trascendentales —le dije en forma de confidencia—. Porque si hacemos algo sin un objetivo, sin un motivo que valga la pena, estamos desperdiciando tiempo valioso de nuestra vida.
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¿Cómo no podía encontrar placer en la lectura? ¡Era la mejor cosa del universo! Después de la comida, por supuesto.
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¿Quién en el mundo estaba dispuesto a sufrir para aliviar el sufrimiento a los demás?
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—¿Nunca te pusiste a pensar que tal vez, solo tal vez, el mundo es un mejor lugar porque estás vos en él?
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¿Por que decidió irse al internado Miles?