FERNANDA Y LOS MUNDOS SECRETOS

(…) Son sigilosos, mudos y, cuando te pones de pie frente a un espejo, no se mueven, simulan que se peinan como tú y que, como tú se lavan los dientes. Sí, los secretos más difíciles de pescar son los que viven adentro de ti. Son esos secretos que nos habitan pero no lo sabemos y necesitamos de alguien que nos ayude a poner ante nosotros un señuelo para atraerlos fuera de su guarida, que es la parte más honda de nuestro corazón. Casi siempre el señuelo que mejor seduce a estos secretos es otro secreto idéntico, como una gota frente a otra gota de agua.

Los secretos son historias que la gente sabe pero no cuenta a nadie más.
Son también las palabras que se murmuran al oído.
Son también las cosas que se guardan en la parte más alta del ropero o en las cajas fuertes.
O sea que son historias, palabras, cosas…
Pero los secretos son, sobre todo, y esto es lo más importante, los sucesos que permanecen ocultos para la mayoría de las personas: un eclipse que nadie ve, un llanto que nadie calma, el nacimiento de una niña o un niño que es diferente a los demás.

Muchas veces para cazar un secreto no hay que buscar debajo de nada. Ni debajo del tapiz, ni debajo de la piel, ni debajo de la almohada, ni debajo de los alientos terregosos y rancios, ni debajo del silencio.
(…) Existen secretos que para ocultarse hacen precisamente lo contrario: no se ocultan. Viven a la luz del día como pájaros y lo raro es que por ser tan visibles, en muchas ocasiones no los vemos, aunque trinan y aletean.

Yo sé que mi hermana está enferma de soledad. No sabe pedir nada. O tendría que decir que no puede. Ni siquiera señalando las cosas, ni siquiera mirándolas (…) He llegado a pensar que está encerrada en su propio cuerpo y que su cuerpo no tiene ni una ventana ni una puerta. Nunca contesta cuando le hablamos, nunca hemos oído su voz, nunca nos ve a la cara, nunca ha reído. Supongo que el único sentimiento que conoce es el miedo.

Siempre que se tiene un secreto se tiene también una tentación: escribirlo.
Quizá suceda así porque uno tiene miedo de que se le olvide.
O quizá porque es una manera de compartirlo sin traicionarlo, compartirlo aunque sea con el papel.
O quizá porque uno sabe que al final de cuentas es importante que otros conozcan nuestro secreto, pues lo peor que puede ocurrir es morirnos con él.
Entonces se escriben los secretos.

Es la presencia de las personas la que lo inquieta y lo obliga a enredarse en un discurso frenético e infinito.

(…) únicamente cuando está solo, guarda silencio y cesa de inventarse nombres e historias… ¡porque no las necesita! Y así descansa de sí mismo.

Como él dijo, o como dijo uno de los tantos que era él, un viaje infinito de trenes pero con la maleta siempre vacía.

Abismos de olvido abriéndose a sus pies continuamente, y la única forma de saltar y de salvarse era no llevar nada consigo para evitar el sobrepeso que lo habría sujeto al piso y luego lo habría jalado al fondo.

(…) casi podías jurar que él sabía lo que le sucedía a su memoria. Lo que lo salvaba es que lo olvidaba al instante.