La flor púrpura

nos cuenta (y elijo esta palabra con intención, lo explicaré después) un año en la vida de una familia católica y privilegiada en Nigeria, en el contexto de una dictadura militar. A través de los ojos de Kambili, podemos ver a Eugene, su padre, un fanático religioso que lucha por la verdad y “libertad” de su gente, que ayuda a los necesitados que, a todas luces parecería un buen hombre y que, sin embargo, lleva su casa con puño de hierro, golpes y terror. Es un paralelismo muy interesante porque, profesionalmente es un hombre que cree en la democracia y la libertad, pero no por eso deja de ser un tirano en su hogar.
Toda la familia está sometida a su voluntad, hasta que su hermana, Ifeoma, se lleva a los niños a su casa unas vacaciones, tras haber atisbado como es una vida sin miedo, con cariño y con risas, las cosas jamás volverán a ser iguales en el hogar de Kambili.

La integración de la novela con el contexto histórico está muy bien llevada por lo sutil y por la crítica a la colonización que se deja entre ver gracias a algunos personajes. Personajes maravillosamente bien creados y realistas (a excepción de la protagonista que bien podría haber sido suplantada por un ficus y nada habría cambiado…).

La pasividad constante de la narradora es mi primer problema con el libro, si bien no es necesariamente un defecto. El gran fallo que le veo es la necesidad constante de contarlo todo, de explicarte lo obvio, de asegurarse de que no deja nada a la libertad de comprensión o intuición del lector. Es algo que odio y que me agobia profundamente. Por lo demás: se lee con soltura, se aprende sobre la forma de vida de una Nigeria ya cambiada por el colonialismo y tiene partes muy duras y otras bellas.