Amo al hombre que conozco. Y al que todavía me falta conocer —agregó, con cierta picardía. Estaba claro que ella exigía más sinceridad de su parte. Francisco sintió que un nudo se disolvía muy adentro y, por primera vez, dejó entrever su mayor temor: —¿Me amas, pese a todo? —Te amo, justamente por todo —fue la respuesta. Fran acercó sus labios en una tierna caricia que rozó los de ella. Sin embargo, la señorita O'Connor era dura de pelar y no se contentó con tan poco. Puso su mano sobre la boca del esposo, para contenerlo: —¿Y usted, señor Balcarce, me ama o no? Fran desplegó su enorme sonrisa seductora, aunque los ojos se habían enturbiado con un velo sospechoso. —La amo, señorita maestra, con un corazón maltrecho. ¿Podrá usted remendarlo? |