De qué hablamos cuando hablamos de amor

Que curioso esto de los gustos literarios.
Siendo Baldwin mi autor favorito de relatos, devoro sin ningún tipo de complejos a Carver. Y mira que las diferencias son abismales.

Quien nos ocupa, no cierra un cuento ni a punta de pistola, su prosa carece de perfume, de estética e incluso de pasión.

La magia de Raymond está en la cotidianidad, en los diálogos vacuos en apariencia y en la cuestión sin importar la resolución.

Sus personajes no tienen nada de especial, como de costumbre, perdedores, miserables, derrotados y como siempre el nexo de unión en esta colección es el amor, en concreto, todas las variantes de amor fracasado.

Padres, amigos, parejas, propio, seres humanos que se relacionan entre sí y que hace mucho tiempo que perdieron alma, fe y luz.

Un realismo de ficción muy norteamericano narrado de forma directa, sin apenas preámbulos y donde la fuerza reside en el significado de cuanto acontece.

Esta antología sin embargo, me resultó menos abrumadora.
Mismos ingredientes, misma esencia e idéntico cocinero..¿.el punto de sal?
¡Qué se yo! Falta sabor.

Carver siempre me hace replantearme que es escribir bien.
¿La belleza de la palabra? ¿La capacidad de trasmitir una idea manteniéndose al margen de ella?

Bien, mal o regular, es un autor fetiche, no él, leerle, pues suelo acompañarlo con madera destilada, envejecida convenientemente y una sensación de comodidad imperturbable.

Momentos de recogimiento, paz y descanso en la miseria de los demás.

Lo sé, estoy para que me encierren.