La guerra de las salamandras

—Los demonios no existen. Y si existiesen, se parecerían a los europeos.

[...] lo único sé es que no debería haber tiroteos entre salamandras y humanos. ¡Eso no está bien! ¡No está nada nada bien!
—Quizás las salamandras solo se estaban defendiendo—apuntó la señora Povondra.
—Justamente es eso lo que me preocupa— farfulló como para sí mismo el señor Povondra. Como esas bestias empiecen a defenderse, entonces sí que se va a armar una buena.

O sea, que estos animalejos han visto a los cingaleses cortar las conchas y se han dicho, ajá, estos se las van a comer, y se acercaron para ver como hacían para abrirlas.

Lo cierto es que los humanos no son capaces de atribuir la cualidad de lo misterioso a aquello que les resulta útil, sino solo a lo amenazador y dañino.

A la humanidad ya no le queda otra opción que desaparecer con al menos una cierta dignidad, aunque es dudoso que esté a la altura ni siquiera de esto.

Sí, ya es tiempo de que escriba un epílogo a la Historia de la Humanidad.

El viejo tiene el cerebro fundido, le preocupan más esos monstruos que la gente. ¿Sabes que les enseñó a hablar? Como te lo digo.

El mundo ya está acostumbrado a que ocurran desastres en China y la muerte de unos pocos millones de personas no despierta interés.

En medio de todos los dones de la civilización, de la abundancia de bienes materiales y espirituales, cada vez nos abruman más los sentimientos de incertidumbre, angustia y malestar.

La historia humana se caracteriza por la alternancia de dos tendencias opuestas: el desempeño egoísta de crear nuevas divisiones entre las personas y la voluntad idealista de trascender estas diferencias artificialmente creadas.