El día de mi muerte

La vida pocas veces concede segundas oportunidades.

«Es una niña rara», «No se integra bien con los demás», «Puede que ella sea el problema». Todo para no ver el error humano suyo, para no aceptar que el problema era de todos y no solo de la niña tímida a la que le costaba hablar con los demás. Nadie se planteaba que quizá le costase hablar precisamente por ello.

Tendría que aprender a vivir con la ausencia de sus amigas y también siendo quien era realmente.

Lo que no sabía es que no todo saldría como quería, que en apenas 39 días comprendería por qué el odio nunca es un buen aliado.

—Yo a veces pienso que somos malos, Enzie.
—No lo somos.

Es muy diferente plantearse morir y vivirlo realmente. Nunca he visto a nadie perder la vida. Lo más cerca que he estado de una sensación tan angustiante fue cuando murió mi abuelo, pero solo tenía siete años y apenas lo recuerdo. En realidad no hace tanto que era una niña: ahora tengo quince, y no cumpliré dieciséis.

Ni siquiera se sentían mal porque alguien como ella tuviera miedo de ir a clase; no se sentían mal porque cada mañana supusiera un dolor casi físico saber que iba a verles, a tener que soportar estoicamente sus burlas.

Había comprendido demasiado tarde que el odio solamente engendra odio.

A veces no se trata de quién eras, sino de qué podías ofrecer.

"Es una niña rara", "No se integra bien con los demás", "Puede que ella sea el problema". Todo para no ver el error humano suyo, para no aceptar que el problema era de todos y no sólo de la niña tímida a la que le costaba hablar con los demás.