Empecé mis estudios en los corazonistas. Al curso siguiente, entré como medio pensionista en los jesuitas, donde estudié siete años. El día empezaba con una misa y terminaba con el rosario de la tarde. A la más mínima infracción, el alumno se encontraba de rodillas en medio de la clase, con los brazos en cruz y un libro en cada mano. Vigilancia constante, ausencia de todo contacto peligroso y silencio. Sobre estos principios básicos se desarrollaba una enseñanza en la que la religión ocupaba lugar preeminente: catecismo, vida de los santos, apologética. Hacia los catorce años empecé a tener mis dudas sobre la religión. Aquellas dudas se referían a la existencia del infierno, y sobre todo, al Juicio Final. Yo era bastante buen estudiante, pero mi conducta era de lo peor del colegio. A los quince años, el jefe de estudios me dio un puntapié francamente humillante y me llamó payaso. Me negué a volver al colegio. Entonces me matricularon en el Instituto, donde estudié hasta terminar el bachillerato. Descubrí a Spencer, a Rousseau e incluso a Marx. La lectura de El origen de las especies me hizo acabar de perder la fe. Mi virginidad acababa de irse a pique en un burdel de Zaragoza . + Leer más |