La tregua

Martín Santomé es un hombre con una vida decididamente gris. Viudo desde los 28 años, a seis meses de jubilarse y pisando la cincuentena, su vida consiste en ir de la casa que comparte con tres hijos jóvenes con quienes se comunica poco y nada, a un trabajo contable árido y rutinario en una oficina llena de personajes mezquinos. Cada tanto comparte encuentros sexuales furtivos e insignificantes con desconocidas. La aparición de la joven Laura Avellaneda, una compañera de oficina de 24 años, pondrá su mundo patas para arriba. Martín se irá enamorando de Laura y estableciendo con ella una intimidad desconocida para él, que comienza a llenar de color y de luz una vida que en sus otros aspectos parece crecientemente hostil. El amor de Laura le brinda una esperada tregua, ¿pero podrá durar?

Benedetti nos presenta desde la voz de Santomé (la novela está contada en forma de diario) la crisis de una generación de hombres que ve sus certezas y sus valores desmoronarse delante de sus ojos. Santomé me resultó de a ratos insoportable como voz de una generación bastante misógina, que evalúa a las mujeres en función de su belleza y su docilidad, y también tremendamente homofóbica, como queda expuesto cuando su propio hijo sale del closet ("Hubiera preferido que me saliera ladrón, morfinómano, imbécil", dice Santomé). Sin embargo esas actitudes son fiel reflejo de la época, y solo terminan causándole infelicidad y alienándolo de una generación de jóvenes que empieza a demostrar otro tipo de inclinaciones (por ejemplo, el deseo de militancia política de su hija y su yerno, sugiriendo la irrupción del Movimiento Tupamaro que surgió el mismo año de la publicación de la novela).

La historia de amor de Santomé y Avellaneda es conmovedora porque Benedetti la hace genuina y creíble. No hay aquí gestos rimbombantes ni cursilerías: solo dos personas eminentemente solas que encuentran en el otro un refugio, un interlocutor, un espejo donde verse más verdaderos que en las máscaras que usan día a día.

Benedetti parece sugerir que solo el contacto humano puede salvarnos de la automatización a la que nos somete un mundo laboral que conduce a la alienación y a la competencia despiadada. Solo dejando de lado la resignación pasiva que caracteriza a su generación y los lleva a justificarse frente a sí mismos y a los demás, Santomé logra asomarse de nuevo a la vida y encontrarle sentido nuevamente. Es una novela en algunos aspectos muy de su época, pero también atemporal en su afán existencialista de llamar al lector a desautomatizar su experiencia y cuestionarse si su vida es producto de sus propias elecciones o de mandatos que nos encierran y nos alienan de nosotros mismos. Definitivamente vale la pena su lectura.