El arte de engañar al karma

A ver, a ver... esta autora escribe bien, tiene ritmo y frases sentenciosas, felices, redondas. A ver... A veces no puedo evitar pensar que algunos libros recuerdan a la literatura como Los Pecos cantando a Víctor Manuel: lo rondas, lo bordas, te quedas en las afueras.

Te quedas en la piel: tan cálido cuando va bien y tan superficial; en que quieres y pretendes tantísimo que quedas a medio camino y tan contento; tan feliz y pletórico de los hallazgos que vas burbujeando capítulo tras capítulo (hasta ¡700 páginas! ¡Sí! imagina a una Brontë ebria de fama y reconocimiento en un confinamiento para pergeñar tamaña obra: ¿No puedes y no procede? Yo tampoco.) hasta un epílogo 50 años después que no se lo salta Dumas padre.

Recapitulemos: un personaje vital, valiente y válido como nosotros; una plétora de frases logradisimas que se hincan en tus entretelas; una Farsa sobre el Arte y el Amor que te arranca una sonrisa y te deja con ganas de seguir, pero... Un exceso de vueltas y sobrevueltas feliz de la vida y con un tono sostenido como de una playlist del Spotify orbitando sobre un solo juguete: una Catalina de la que todos son espejos, hasta su objeto de deseo al que, supuestamente, se le conceden algunos capítulos en los que "no hago otra cosa que pensar en tí".