 |
Eran otros tiempos, lo sé, y también es cierto que mis géneros favoritos para disfrutar de la lectura no son precisamente los clásicos españoles de principios de siglo XX ambientados a finales del anterior, pero aun así quería salir de mi zona de confort y explorar a un autor al que nunca he leído: Pío Baroja, y agradezco a Babelio por la oportunidad que me ha dado. El árbol de la ciencia es un libro que empecé con ganas, pero a medida que avanzaba mi interés por la historia y por el protagonista se fue desinflando. Me pasó igual que a Andrés Hurtado con la vida. Aun así he encontrado cosas que me han gustado, como el lenguaje que usa Baroja, atemporal y directo, con pocas florituras y bastante llano, cercano al que abunda hoy día. También la capacidad que tiene el autor de mantener enganchado al lector, aunque a veces cuenta tantas cosas de manera tan resumida que apenas profundiza en nada. Por lo general, los capítulos tienen buen ritmo y la prosa fluye, las páginas se pasan deprisa, quizás con la esperanza de que suceda algo interesante en el próximo capítulo, aunque en verdad yo haya encontrado poco que escarbar en la gran extensión de tierra que abarca. No hay nada que reprochar, cada cual con sus preferencias. Destaco a Lulú y una parte de la crítica que Baroja hace a la sociedad de su tiempo, así como la exposición de la incomodidad y de que la vida no es un camino de rosas, pese a que mucha gente prefiera engañarse con lo superficial e ignorar los aspectos negativos que tiene toda forma de existencia. La misantropía de Andrés está muy lograda, pero me ha aburrido la enumeración de tantos hechos y personajes que al final no son más que una lista de nombres de lugares y personas que pasan por la vida del protagonista sin que a éste le importen demasiado. Es fácil entender por qué: Andrés Hurtado no encuentra apenas nada ni nadie que le motive a respirar, y eso que tiene momentos en que mueve cielo y tierra para conseguir lo que quiere o necesita, por su bien o por el de otra persona (Luisito, por ejemplo), pero vive estancado en el desapego y en el hastío. Los demás personajes están tan poco desarrollados como Andrés y pasan por las páginas como almas en pena, en un desfile de nombres y apellidos. Para mí no es excusa que sea una novela de trescientas páginas, porque en historias más cortas he hallado más profundidad y personajes más carismáticos e interesantes (y con esto no digo que tengan que hacer cosas constantemente o presentar rasgos memorables), así como pasajes turbios y crudos que me han transmitido de un modo más certero el desapego que alguien puede experimentar hacia la realidad de su época. En mi opinión, El árbol de la ciencia se queda en una novela notable, en la que el autor inserta demasiados pasajes de su propia vida e ideologías (de las que conocemos más detalles gracias a las notas al pie), lo que supone pagar un alto precio que repercute en que esté plagada de personajes planos y en la enumeración de hechos que al cabo del rato se diluyen. |
>
