El último día de la vida anterior

Hace dos años y medio aproximadamente leí República luminosa y aunque el tiempo hace de las suyas instaurando entre memoria y realidad un velo viscoso en el que palabras y sensaciones se confunden, sí que recuerdo que me pareció que la escritura de Andrés Barba era mágica, evocadora, apartada de lugares comunes.

En El último día de la vida anterior apenas puedo encontrar conexiones con esa lectura pretérita, lo cual me hace agradecer haber podido acercarme a esta novela con el sabor de lo desconocido.

Sin ser una historia de aquellas que nunca podríamos olvidar (incluso puede que ciertamente extraña) cumple con el hecho de ser un placer verbal para la vista.

Nos cuenta el encuentro de la protagonista, empleada de una inmobiliaria, con un misterioso niño en una de las casas vacías que más le está costando vender. No es una historia fantasmal al uso, pero sí que guarda ecos de lo que verdaderamente esconden ciertos encontronazos con lo espeluznante: la imposibilidad de balbucear lo insólito y de recuperar la estabilidad tras la visión de aquello que nos falta.

Más allá de ese hilo principal, el libro nos muestra la vacuidad de algunas relaciones personales, contado con un preciosismo alejado, por suerte, de lo arrogante.

Si hay algo que me ha sorprendido es la capacidad del escritor de trazar un personaje femenino que no resulte una impostura o una amalgama de clichés, que se centre en lo verdaderamente importante para la historia: ser y estar en la fina línea que separa la locura, el trauma y lo inexplicable.

En la repetición de los sucesivos encuentros entre la mujer y el niño se nos enseña la doblez del tiempo y el bucle de la obsesión; la clave fantástica desde la que poder disfrutar de una curiosa novela o, por el contrario, cerrarla con la sensación del desapego que producen los relatos en donde el final no termina cuando llega el punto.

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