Que un padre falangista y un hijo marxista lleguen, en algún punto de su vida, a entenderse, es ya todo un logro. Que además sostengan largas conversaciones salpicadas de anécdotas sobre aquellos a los que el padre conoció, sobre la guerra, el sexo, la política o el amor, es un verdadero lujo. Que la mayoría de esas anécdotas sean al parecer del hijo, en su mayoría, inventadas, es lo de menos. Porque nuestro protagonista es un cura obrero que no cree en el celibato; adorador de Dios, las mujeres y la libertad . Siempre en guerra con esta sociedad sin escrúpulos dirigida por ladrones y corruptos, aborregada por la falta de lectura y, por lo tanto, de pensamiento crítico, abocada a la extinción en aras del dinero y en detrimento del amor. No va a ser él quién juzgue una pizca más o menos de imaginación. Nuestro cura es feliz caminando por el campo, poniéndose al día de las noticias más deprimentes, comiendo, bebiendo, dialogando con su padre y, por qué no, echándole el ojo a alguna que otra jovencita de esas que le recuerdan al chico entusiasta que un día fue. Lo sigue siendo. Y total, bien sabe él que para aliviar las culpas, y enmendar los pecados, basta con una confesión. Este libro invita a la reflexión en profundidad y en todas sus vertientes. Si bien es cierto que me ha costado encontrar el ritmo adecuado debido a los constantes saltos entre el presente del personaje principal y la cantidad de personajes que surgen a lo largo de la historia enredados en las narraciones del padre. Lo que en un principio puede parecer que aporta agilidad, a mi modo de ver se la resta, ya que en ocasiones he perdido el hilo y he tenido que retroceder para encontrarlo de nuevo. + Leer más |