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Este libro llegó a mis manos por primera vez, cuando tenía diez años. Entonces no era más que una niña, no era más que una persona que empezaba a incursionar en el mundo y se sentía extremadamente sola, fuera de lugar, incomprendida, cómo si absolutamente todo el mundo hubiera encontrado el rompecabezas al que pertenecía y en el que tan bien encajaba, menos yo. Recuerdo dónde, cuándo y cómo. Orgullo y Prejuicio fue mis primeras tantas cosas que dudo de que en algún momento de mí vida sea realmente capaz de hablar de él sin que se me llenen los ojos de lágrimas, se despierte un panal de abejas asesinas en mí estómago o sin que se me estruje el corazón hasta quedar como una pasa de uva, porqué ese es el recto que tienen nuestras primeras veces en nuestra vida, no se olvidan por mucho que uno lo desee. Siempre son huella, nunca recuerdo. Lo cierto es que desde el primer momento en que leí la primer oración, supe que este libro había sido escrito única y exclusivamente para mí persona. Suena, tal vez, extremista el decir que al leerlo sentí una extraña familiaridad, cómo si fuese algo de mí propia creación, cómo si hubiéramos sido íntimos amigos y hubiéramos compartido los anhelos más profundo de nuestros corazones, pero así fue como descubrí el profundo amor que entonces, hoy en día y, estoy segura de que voy a continuar sintiendo por el resto de mí vida hacía Jane Austen, se debía a qué me había recordado que estaba viva, que todavía poseía ese maravilloso don con el que contamos y muchas veces pasamos de él, el don de sentir. Lizzie fue la primer amiga verdadera que tuve. Reí con ella, lloré con ella, me sentí tan frustrada por momentos como ella lo hizo, me sentí desolada, me sentí confundida y me sentí una completa e irrevocable tonta enamorada. No solo me mostró que la mejor versión de nuestras personas puede verse y apreciarse cuando simplemente somos nosotros mismos, sino que me enseñó a reconocer mis debilidades, a aceptar mis fallos, abrazarlos y trabajar en ellos para evitar cometerlos en un futuro cercano. Fitzwilliam fue mí primer amor, mí primer viaje al cielo y una de las personas más, en cuanto a carácter respecta, complejas que había conocido hasta entonces: taciturno, observador, analítico, logico y con poca tolerancia a las faltas ajenas, tengo que admitir que llegué a sentirme profundamente afectada al verme reflejada en su personaje, porqué fue entonces cuando también descubrí que la realidad supera a la ficción. Este libro nos presenta al amor como realmente es: un laberinto. Siempre creí que así como existen tantas personas como maneras de pensar, existen tantos corazones como maneras de amar, y esto puedo verse perfectamente plasmado en esta novela. El amor ingenuo, el amor desinteresado, el amor interesado, el amor particular que tiene formas igual de particulares de demostrarse, el amor idílico, el amor parental, el amor fraternal, el amor prejuicioso y orgulloso que no nos permite ver con ojos subjetivos a quién realmente tenemos frente a nosotros. Quisiera que todos le den una oportunidad, porqué puede que Orgullo y Prejuicio no cambie vidas, pero que cambia el corazón, de eso no hay duda alguna. Desde donde quieras que estés Jane, quiero agradecerte eternamente, por guiarme, por hacerme conocer y ser literatura, y también por hacerme dar cuenta de que mí misión en esta vida, es ser escritora. Siempre tuya, Reni. |
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