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Crítica de Guille63


Guille63
13 March 2023
¿Qué significa ser chejoviano? Para Richard Ford, no gran cosa. Y en verdad, eso es lo que se desprende de los veinte cuentos que el autor estadounidense ha reunido en este volumen: es tal la variedad que se puede encontrar en ellos que casi cualquier buen escritor de cuentos posterior a él podría ser calificado de chejoviano sin que ello signifique nada.

Bien es verdad que Chéjov escribió más de 600 relatos y que yo solo puedo hablar basándome en un pequeño puñado de ellos, pero hay elementos tradicionalmente calificados de chejovianos que me cuesta resaltar en los aquí leídos. Se dice que sus cuentos carecen de trama o desenlace expreso y en los que se muestran dilemas morales por los que el autor nunca toma partido. Pues bien, mi impresión es que en la mayoría de estos relatos su postura y su propósito queda más que manifiesto.

Por ejemplo, ahí tenemos las grotescas parodias de esos padres deseosos de ”colocar” a su hija en Fracaso o del celoso amante de Pequeñeces. También es obvia su posición en contra de todo lo que significa Orlov en el Relato de un desconocido, un cuento, por otra parte, que encuentro mal rematado. Me parece innegable su ensalzamiento del amor romántico, siempre por encima de la felicidad o la desgracia, más importante que el pecado y la virtud y fuente ineludible de desdichas, ya sea por inalcanzable (Del amor) ya sea a causa del matrimonio (Champagne. Relato de un granuja o Vecinos) o, más aun, del adulterio (La cigarra, Relato de un desconocido o La dama del perrito).

También queda muy claro en varios de sus cuentos como, renegando de las clases altas (su corrupción y su nihilismo de cámara, muy bien representado en El pabellón nº 6, un relato filosófico y hasta con su puntito kafkiano), tampoco tiene en mucha estima a los campesinos rusos: ”la alta sociedad y la baja son dignas la una de la otra. Las odio a las dos con el corazón y con el cerebro, pero mis gustos concuerdan con los de la primera”, de Relato de un desconocido o como demuestra de forma simbólica en Kashtanka y explícitamente en La nueva dacha o Muzhiks, este último un cuento-retrato espléndido, como también lo son los maravillosos Gente difícil y Champagne. Retrato de un granuja. Tampoco faltan aquellos cuentos en los que prima el elemento dramático (Enemigos) ni una fábula, protagonizada por esa vacía Ólenka de Un ángel, necesitada de amar para rellenar su ser (por cierto, la frase final con la que Chéjov culmina este cuento, de curioso aire naíf, me pareció perfecta).

Por supuesto, también podemos encontrar relatos en los que se aprecian esos elementos que siempre parecen ser los más destacados a la hora de ensalzar la obra de Chéjov, como la sutileza, el amor por el detalle desapercibido, la reacción imprevista; aquellos en los que el final queda abierto, donde el autor busca la complicidad del lector para que complete el cuadro, para que cierre la historia, relatos en los que, como afirma Ford, ”El deseo de Chéjov es complicar y poner en tela de juicio nuestra impresión sobre personajes que, erróneamente, uno se sentiría capaz de comprender a simple vista”. Ese espacio, mucho más de mi agrado, en el que sitúo a su fantástico La desgracia, a su maravilloso El beso o a su famosísimo La dama del perrito.

En lo que me resisto a coincidir con Ford es en la siguiente afirmación:

"Los relatos de Chéjov —en especial los más destacados—, pese a su aparente sencillez, su engañosa accesibilidad y claridad, siguen pareciéndome relativamente impenetrables para los jóvenes corrientes"

De ser así, tendría que admitir que en mí impera tanto la "corrientez” que incluso superada la juventud no he debido de entender apenas nada de estos cuentos pues la gran mayoría me han parecido sencillos, accesibles y claros, lo que, no obstante, no significa que los haya encontrado, ni mucho menos, simples, insustanciales u obvios.
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