La hija de la amante

Una adopción es un hecho rodeado de burocracia que le cambia la vida, como mínimo, a tres personas. Una de ellas siente que está recibiendo el más maravilloso de los regalos. Otra, aunque lo haga totalmente convencida, siente que pasará el resto de su vida perdiéndose algo. Y la tercera, la más indefensa, crecerá haciéndose preguntas que no sabe si en el fondo quiere resolver.
En esta sociedad en la que algunos emplean mucho dinero y, sobre todo, mucho tiempo en investigar hasta las más remotas raíces de su árbol genealógico ¿no es absolutamente normal que una niña que se sabe adoptada quiera conocer su verdadero origen? Lo es. Es lógico, es normal, pero a veces no es sano. Tendemos a idealizar las situaciones, los hechos, a las personas que no conocemos. Queremos creer que venimos de un lugar mejor, de una familia perfecta, víctimas de lo inevitable que es la vida. Quizá haríamos un bien mayor conformándonos con lo que tenemos, con lo que el destino quiso para nosotros. al fin y la cabo traer un niño al mundo no otorga ningún privilegio.
Pero en lo más profundo de tu ser hay algo que te dice que sí, que lo otorga, que el color de tus ojos, la forma de tus manos o tu manera de caminar, vienen de algún lugar. Y que quieres llegar hasta él. Por eso estás dispuesta a pasar noches en vela y a desilusionarte una y otra vez. Porque cualquier sufrimiento es poco si lo comparamos con la tristeza de no saber.