La risa del vino y de la libertad.
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La risa del vino y de la libertad.
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Todo lo que se pudre forma una familia
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Uno ve gente y no sabe lo que ha pasado detrás de la puerta de su casa.
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Nos estaba haciendo daño cuando dijo que ahora sí que teníamos que cuidarnos más de los vivos que de los muertos, que ahora sí que teníamos que tenerles más miedo a los vivos que a los muertos. —Ahora son mujeres —dijo—. La vida ya no es un juego.
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Papá era gallero y, como no tenía con quién dejarme, me llevaba a las peleas. Las primeras veces lloraba al ver al gallito desbaratado sobre la arena y él reía y me decía mujercita.
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Volver, lo sabe todo el mundo, es imposible… Nos buscan donde ya no estamos, los buscamos donde ya no están y ahí empieza la tragedia.
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Ese papá los convertía en otras personas en otra familia. Tal vez ni siquiera habría que usar esa palabra sagrada: familia”.
“mi padre se murió sin que yo supiera quién era ese hombre que tanto quise que me quisiera —la peor forma del amor.
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La gente no es capaz de verse a sí misma y ese es el principio de todos los horrores.
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Cuando por fin se abrió la puerta nos abalanzamos sobre ella, necesitábamos tanto su abrazo, sus manos siempre con olor a cebolla y a cilantro, su frase sanadora de que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos.
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No fue traumático para mí porque a las gemelas yo ya no las quería en mi vida, había descubierto los libros y con ellos la deliciosa sensación de no necesitar nada ni a nadie en el mundo. Ya no era una niña rara, sino una niña lectora.
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Como agua para chocolate