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Crítica de Paloma


Paloma
28 December 2017
¿Sabe lo preciosos que resultan los amaneceres en la guerra? Antes de un combate…Los observas y estás segura: ese podría ser el último. La tierra es tan bella…Y el aire…Y el sol…”
- Olga Nikitichna Zabélina

No sé ni cómo empezar la reseña de este libro. Quizá debería esperar un par de días o semanas más, porque una serie de pensamientos e ideas se agolpan en mi mente y no sé si haya un hilo conductor. al mismo tiempo, siento que estas reflexiones desean salir ya, expresarse porque tengo miedo que la impresión se desvanezca con el paso de los días.

He de confesar que cuando Svetlana Alexievich ganó el Premio Nobel hace dos años pensé que el máximo premio de literatura comenzaba a desviarse de su propósito original (lo cual resultó evidente en el ganador de 2016). Sin embargo, nunca había leído a la autora y me dejé llevar por algunos artículos que indicaban que su obra era, fundamentalmente, la crónica. ¿No sé supone que la literatura es fantasía, imaginación, la posibilidad de recorrer otros mundos, reales o ficticios, pero con una narrativa propia? Bueno, por lo menos así siempre he percibido al género literario y, en ese sentido, he de reconocer que soy una “clasista” del arte, lo cual implica que: (1) no me gustan los experimentos; (2) no me gusta el arte moderno en general (salvo algunas excepciones y sobre todo en las artes plásticas); y (3) la literatura, para mí, no debe ser un medio de denuncia o propaganda por encima de la calidad literaria.

Dicho lo anterior, me pareció extraño que se premiara a una escritora cuyo trabajo es más cercano al periodismo. No obstante, no la veté de mi lista de potenciales lecturas y me propuse leerla eventualmente, también por solidaridad ante el hecho que los Nobel han estado dominados por hombres. de esta manera fue como me hice de la Guerra no Tiene Rostro de Mujer, ejemplar que estuvo un par de meses en mis estantes, hasta que decidí no dejar pasar más tiempo.
¡Qué gran descubrimiento resultó y cómo me demostró que estaba equivocada en algunos de mis preceptos literarios! Si bien es una literatura distinta a lo que yo considero como el estándar o modelo, la crónica de Alexievich es estupenda porque es humana, nos horroriza, nos conmueve, nos hace repensar nuestro mundo y, a pesar del pesimismo latente, nos permite también imaginar un mundo mejor.

La Guerra no Tiene Rostro de Mujer es una obra épica, tanto por el tema como por los protagonistas, pues desentierra y pone en evidencia la realidad de una de las guerras más cruentas de la humanidad y el papel de las mujeres, el cual fue silenciado o ignorado por más de cincuenta años. En las primeras páginas, la escritora relata el inicio de su búsqueda, las barreras que en principio encontró, la censura, el miedo. Pero confiesa que era algo que quería desenterrar, conocer, porque la voz oficial, la voz de la historia, no parecía suficiente ya que sólo es la voz de los vencedores. Y puede parecer contradictorio, toda vez que los vencedores no fueron otros que los rusos, quienes como aliados, derrotaron a Hitler. Sin embargo, en el espíritu de la Victoria, del triunfo del bien sobre el mal representado por el nazismo, muchos otros crímenes internos fueron silenciados y los héroes de esta guerra borrados de los capítulos de la historia.

En ese sentido, leer la crónica de Alexiévich implica no sólo conocer las historias de cientos y cientos de mujeres que se alistaron en el ejército o se unieron a los partisanos sino también conocer la historia de la Unión Soviética, de la crueldad que enfrentó un pueblo, de los sinsabores del triunfo. En este primer aspecto, son tantas las voces que existen en el libro que si bien uno no podría registrar todos los nombres, lo que sí es imposible de olvidar son las historias de valentía, de coraje, de tristeza, de desamor. Después de leerlo, queda esa impresión (y lo escribo con el temor de caer en un sesgo de género o sexismo) que, en definitiva, la guerra no es una actividad de mujeres: pero no por qué no tengan la fuerza, o la determinación o la capacidad –algo que las historias que el libro recoge demuestran – sino porque no es algo con lo cual la mujer sueñe. Esto sin duda puede deberse a la educación, a la diferencia y desigualdad de género, pero lo cierto es que la mujer tiende a unir, a construir, a apoyar.

”Hubiera sido mejor que me hubieran herido en el brazo o en la pierna, que me doliera el cuerpo. Porque el alma…duele mucho. Es que éramos muy jóvenes, unas niñas” (p. 55)

Varias de las mujeres recuerdan que en el campo de batalla, como rescatistas, estuvieron a punto de abandonar a soldados alemanes heridos, a negarles el pan a niños alemanes que encontraban por los caminos –y simplemente no lo hicieron: regresaban por ellos, los sanaban, compartían la poca comida disponible. Esto no lo hacían con gusto, es cierto, pero algo –considero que su humanidad las obligaba a ello.

”No me había olvidado de nada. Pero no sería capaz de pegar a un prisionero por el mero hecho de que está indefenso. Lo importante es que cada uno tomaba sus propias decisiones.” (p. 189).

Quizá uno de los fragmentos que más me impactó fue sobre una mujer rusa que al final de la guerra lloraba la pérdida de sus hijos. En su pueblo, un día pasó un grupo de prisioneros alemanes y al verlos, esta mujer lloró más, y les gritó que cómo era posible que las madres de estos soldados hubieran tenido el corazón de mandarlos a una guerra tan cruenta: los prisioneros no eran más que unos niños de entre 12 y 13 años.

La guerra lo cambió todo –separó familias, acabó con la infancia, generó muerte, condenó a muchas mujeres a la soledad. Pero, quizá lo más sorprendente es que, una vez concluido el conflicto, las mujeres entrevistadas por Aléxievich, guardaron silencio y esto tuvo múltiples razones: el querer olvidar, seguir adelante, vivir, volver a creer en la posibilidad de la bondad, del amor. Sin embargo, otro factor crucial fue sin duda el hecho que sin guerra se volvió al viejo estándar –el conflicto no era una actividad de mujer y quiénes habían participado, eran consideradas como desnaturalizadas o raras a lo menos. Tantas mujeres coinciden que era un tema que ni siquiera hablaban con sus maridos, algunos de los cuales habían conocido en el frente, y muchas de ellas habían guardado sus condecoraciones. Porque, ¿es normal que una mujer pueda tomar una metralla, manejar un avión, lanzar bombas? al parecer no, a pesar que expusieron la vida con el mismo arrojo que un hombre, se revolcaron en ríos de sangre, tuvieron que amputar miembros, tuvieron que comer animales de campo. Porque quizá una heroína no hace eso. Muchas historias coinciden que, al regresar de la guerra, cuando todo terminó, la gente las llamaba prostitutas, pensando que su labor entre tantos hombres no podría ser otra que satisfacerlos; otras indican que, al no tener hijos, se consideraba una maldición por haber realizado actividades masculinas.

Qué impotencia y qué injusticia, el haber amado a la patria, luchado por un ideal, y ser juzgado por no amoldarse a cierto modelo. Sin duda esto es algo con lo cual las mujeres en pleno siglo XXI seguimos enfrentando pero no por ello deja de crear indignación lo vivido por las mujeres rusas en la guerra. En este contexto, otro de los aspectos que explora el libro, sin ser una denuncia abierta pero considero que lo suficientemente contundente, es la vida bajo el régimen estalinista. Además de que algunas mujeres sufrieron cierta discriminación al volver de la guerra, otras debieron enfrentar nuevas separaciones al ser sus familiares juzgados como traidores a la patria por un gobierno autoritario: ¿por qué volvían los hombres del frente, cuándo todos estaban muriendo? Aquellos que habían participado en la liberación en Alemania, en Francia, eran enviados a campos de trabajos forzados porque su estancia en el extranjero pudo haberlos contaminado. Una enfermera narra como cuando los alemanes capturaron a la familia de un general, le enviaron un mensaje diciendo que si no se entregaba, asesinarían a todos los miembros. La orden del regimiento fue que no se entregara, que era por la patria. Y la familia murió… y a los pocos días el hombre fallecía en el frente, en una expedición sin mayores complicaciones.

En la década de los ochentas, cuando la autora empezó a redactar este libro, mucho de su material fue sujeto a la censura y resulta evidente por qué: la victoria también fue sufrimiento, fue pérdida, fue sacrificio, causado en parte por la guerra pero también por el propio gobierno. Como parte de otra de las confesiones de esta reseña, uno de los clásicos que no he leído aún es Fahrenheit 451 , que entiendo habla sobre el temor de regímenes autoritarios a los libros y por ello, su constante censura o destrucción. A reserva que ahora dicha novela estará en mis próximas lecturas, con un libro como La Guerra… creo que resulta más que evidente el por qué ese temor a las palabras, a la libertad de expresión. Como mencioné anteriormente, la crónica de Svetlana no es contra el régimen soviético ni es anticomunista –es la verdad contada en las historias de miles de mujeres que vivieron la guerra desde otra perspectiva. Pero dicho relato, tanto en lo extraordinario como en lo cotidiano, contiene una denuncia sobre un régimen opresivo, inhumano. Sin temor a equivocarme, considero que este libro me ha ilustrado bastante sobre una parte del régimen soviético sin tener que recurrir a un volumen de historia.

De tal forma, considero que La Guerra… debería ser una lectura obligatoria en todo el mundo: a veces parece tan fácil, tan simple olvidar la guerra, o glorificarla como una lucha en la que gana el bien y se castiga al mal, cuando en realidad, ésta tiene más víctimas que triunfadores. Olvidar el horror del conflicto beneficia los intereses de unos cuantos mientras entierra el futuro de millones: “A veces oigo una música…O una canción…Una voz de mujer… Y allí encuentro lo que he sentido. Algo semejante…En cambio, veo una película de guerra y sabe a mentir, leo un libro y lo mismo, mentira. No es…No es correcto.” (p. 243).

Al leer crónicas como ésta, uno no puede más que estremecerse ante lo terrible, lo sangriento, lo vulnerable que nos deja el conflicto y desear fervientemente que nunca más volviera a repetirse, porque la guerra es irracional e irracionales quiénes la promueven. Así de simple.

Este es un libro difícil, duro, pero también conmovedor. En varios momentos estuve a punto de las lágrimas tanto por el sufrimiento, como por la honestidad. Y es que, a pesar que este es un libro sobre la guerra, es brutal también el deseo por vivir, la esperanza en medio del caos, la bondad que surge en los lugares que menos se espera:

Fue en Stalingrado…El combate más terrible. Más que cualquier otro… Querida mía. Es imposible tener un corazón para el odio y otro para el amor. El ser humano tiene un solo corazón y yo siempre pensaba en cómo salvar el mío.” (p. 365)
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