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En mi profesión, me encuentro rodeado de la inocencia y la curiosidad de los niños; soy maestro, un título que abrazo con ilusión y vocación, un sueño que he anhelado desde siempre, desde que, con 9 años, corregía los cuadernos del colegio de mi hermano (que tenía 4) a mi antojo y criterio y le ponía tareas en un juego infantil en el que él se convirtió en mi primer alumno. La docencia no es solo mi oficio, es mi pasión, mi alegría diaria, y es por esta razón que el libro de Alejandro Palomas ha resonado en mí de manera tan profunda y desgarradora, especialmente en su primera parte, donde te sumerge en los hechos más crudos sufridos en su infancia. Me resulta inconcebible que existan individuos (iba a poner 'personas', pero creo que en este caso no merecen ese calificativo) capaces de realizar actos tan abominables como los que describe Palomas, y aún más, que lo hagan sin atisbo de remordimiento.Alejandro Palomas se desnuda ante nosotros, compartiendo su realidad sin filtros, sin suavizar la crudeza de sus experiencias. Nos revela cómo su infancia fue desgarrada, obligándolo a reconstruirse desde cero, mostrando las herramientas que se vio forzado a emplear y lo abrumadoramente difícil que fue y es enfrentarse al mundo desde la vulnerabilidad de la víctima. Este libro se convierte en la voz de aquellos a quienes raramente se escucha, en un grito valiente y necesario.Como educador, este libro me ha conmovido hasta lo más profundo, recordándome la importancia de nuestra misión y el poder que tenemos para marcar las vidas de nuestros estudiantes. Para bien, y para mal.
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