Panza de burro

Creo que no he podido escoger mejor lectura para finalizar el verano, porque en “Panza de burro” es la historia de un verano incierto, de alguna manera atemporal, en un lugar de otro tiempo, «como de otra época en la que la gente vivía en cuevas y dormía con los perros sobre el piso, cuando no había piche, ni amasadoras, ni centro cultural, venta, bar, iglesia, bemetas planchadas al suelo, guenbois, beibiborns con huequito pa la pipi, móviles con tapa, mésinye. Como cuando no existía Isora y yo tampoco existía.»

“Panza de burro” es una de esos libros a los que podemos referirnos como ‘especiales': por sus personajes, por el ambiente donde sucede su historia, por lo que nos transmite… pero sobre todo por su belleza y su sensibilidad.

Si aparentemente la historia de “Panza de burro”, publicada por @editorialbarrett, resulta sencilla -las vacaciones de verano de una niña de 12 años, la narradora, de la que no sabemos su nombre y su mejor amiga, Isora-; es en el lenguaje y, sobre todo, en las relaciones entre personajes, donde reside su complejidad.

Me resulta una obra muy original y libre en todos los sentidos, desde ese traslado de la oralidad a la escritura hasta la falta absoluta de pudor desde la que se abordan algunos temas, pasando por la manera de ser y de actuar de las protagonistas.

Una historia sobre la amistad y la infancia, del enamoramiento y la independencia, o, quizá, el final de todo eso. Creo que es imposible no sentirse reconocida en esta amistad, independientemente de la generación a la que se pertenezca y las referencias culturales que se tengan, porque lo que prevalece es ese vínculo, esa amistad de estas dos niñas que va mucho más allá.
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