Panza de burro

Esto no es una reseña, no lo es porque no os voy a decir de qué va esta historia, y no os lo voy a decir porque cuanto menos sepáis mejor, y porque creo que lo importante es ser capaz de transmitir lo mucho que me ha gustado más allá de la trama (que, ojo, también es buena).

Puede que me haya encantado por el leguaje tan fresco, sin censura, tan incómodo a veces (¡ya basta de corrección política!). Puede que haya sido porque en sus páginas se expresa a la perfección eso que a veces nos ha pasado -sobre todo en la adolescencia- de anularlos a nosotras mismas y solo ver y vivir por los “ojitos” de otra persona. Puede que me haya maravillado la manera de llevar al papel la oralidad canaria, lo rural canario, la realidad canaria, que nada tiene que ver con los anuncios que nos la venden como paraíso turístico convirtiéndola en algo artificial, sin vida, sin gente, sin Historia ni historias. Es posible que también me haya gustado tantísimo porque es completamente adictiva y no he podido parar de leer hasta acabarlo; y porque es una novela en la que parece que no pasa nada, que se da vueltas y vueltas sobre lo mismo una y otra vez, pero que en el fondo habla de mil cosas. Y de esto te das cuenta aún sin haberla acabado, cuando cierras el libro hasta el próximo rato de lectura y la historia se te cuela y te habla, aunque estés haciendo la compra.

En el prólogo de Sabina Urraca -editora de la novela- se menciona el momento en el que se decide que no va a haber glosario en la obra. Nada más acertado. No es necesario un glosario porque la mayoría de las palabras y expresiones se deducen por contexto y porque de haberlo tenido, la novela habría perdido esa fuerza reivindicativa que estoy segura de que tiene.

No os voy a engañar: desconfío de esos bombazos editoriales a los que todo el mundo alaba y pone por las nubes, de los que no ves una sola opinión negativa en ningún lado. Panza de burro y Andrea Abreu merecen todos los halagos obtenidos hasta ahora y los que, no dudo, vendrán.

NO OS LA PERDÁIS.