Panza de burro

Quise leer Panza de burro principalmente por el auténtico boom que ha supuesto en los últimos meses. Lo único que sabía del libro es que nos muestra la vida de dos niñas canarias. Hasta ahí nada fuera de lo común, pero una vez que terminas la novela, te das cuenta de que esa es precisamente la magia, lo extraordinario de su lectura.

Tras un prólogo magnífico de Sabina Urraca, su editora, donde ya se nos hace la boca agua sobre la brutalidad y la lucidez del texto, la geografía de las islas se nos impone, acompañándonos en cada paso, en cada subida y bajada de las cuestas que separan una amistad que empieza a desarrollarse en un universo cotidiano donde la inocencia no es un peldaño obligatorio.

¿Dónde está la originalidad de la obra? Es difícil responder a esta pregunta sin tener en cuenta la musicalidad del habla canaria. Imaginad a unas niñas de apenas diez años contándonos su día a día en el verano brumoso de las islas, un verano eterno lejos del mar. Imaginad un lenguaje salvaje, sin formalismos, escrito tal cual podríamos escucharlo de sus labios. Unos labios que la mayor parte de las veces no atenderán a sensibilidades y que logran que haya fragmentos de la novela en las que una leve sonrisa aparezca.

Lo curioso de esta amistad es precisamente la violencia que a veces la subraya. Por un lado, Isora, la valiente, la deslenguada, la que siempre va un paso por delante y, por otro lado, la narradora, que no necesita nombre porque su forma de narrar esa amistad es su identidad, ese pasito que le hace estar al otro lado del espejo, siempre observando. Ese pasito de admiración, de despertar sexual, es el que a veces consigue que las dos niñas sean las mitades indisolubles de un círculo casi animal.

Para aquellos que nacimos a finales de los ochenta-principios de los noventa, nos resultarán deliciosas las referencias a la cultura de aquellos años: las barbies, las consolas, el cíber, el messenger... Cómo de lejos queda todo aquello que más de una vez dimos por sentado, por inacabable.

Esta última idea será fundamental para no sucumbir ante un final que dejará la mirada fija, suspendida en el aire y la mente, borrosa, a miles de kilómetros.
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