Wittkop me sacudió hace un tiempo. Me llevó a una zona muy oscura de mí misma que no conocía y en la que, contra toda lógica, me sentí agradablemente atrapada. Ahora me he atrevido a darle otra oportunidad, con un poco de miedo por no saber qué iba a descubrir pero, a la vez, feliz de lanzarme sin red. Me he visto envuelta en una espiral de hedonismo, intrigas y pasiones, bailando entre máscaras en el carnaval perpetuo que parecía la Venecia del siglo XVIII. Y, otra vez, ese aluvión de estímulos para los sentidos. Los colores y el texturas de los trajes, los sabores de los vinos, el jolgorio constante en la calle y los olores, sobre todo, los olores. La putrefacción de la enfermedad y los aromas de las damas, los alimentos desperdiciados y las delicias de los banquetes. Qué poderío con la palabra el de Gabrielle. (Como curiosidad, escribió en esta novela "Pero cada día es un árbol que cae y ya estamos a finales de mayo". Está claro lo que me toca hacer pronto, no?) |