Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
El problema es que las mujeres de hoy somos como un sofware revolucionario que se ha instalado en un ordenador obsoleto, y por eso no para de colgarse y colgarse y hacer cortocircuito.
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
El problema es que las mujeres de hoy somos como un sofware revolucionario que se ha instalado en un ordenador obsoleto, y por eso no para de colgarse y colgarse y hacer cortocircuito.
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
Cuando se piensa no se siente y cuando se siente no se piensa.
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
Es tan importante saber cuándo habla como saber cuándo callarse.
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
Y esta vez, lo admito, me lo he dico además con el mismo tono ácido que utilizabas cuando querías hacer de mi patrón y no del barco.
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Mujeres que compran flores de Vanessa Montfort
La rosa roja es el símbolo del amor secreto porque es de las escasas flores que se encierran en su propio corazón y, cuando abre su corola, está ya a punto de morir. ¿Te parece que puede haber algo más misterioso y lleno de sentido que una rosa roja?
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La mujer sin nombre de Vanessa Montfort
—Algunas veces, querida, y escúchame bien, sólo tienes una oportunidad para reclamar tu lugar en el mundo.—Sopló una a una las velas del escenario como si fuera su cumpleaños—. Las mujeres tememos más al éxito que al fracaso por los conflictos que conlleva. Ya me entiendes...
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La mujer sin nombre de Vanessa Montfort
Huir. Esa parecía la única palabra sensata y útil para la supervivencia. Independiente de cualquier ideología. Correr despavorido para salvar la vida, hacia el metro, hacia casa por si yo no había casa, huir del país por si ya no quedaba país, pero... ¿hacia dónde? |
La mujer sin nombre de Vanessa Montfort
María se imaginó de pronto que aquel edificio forrado de madera era en realidad un arca de Noé. parecía que hubieran escogido una mujer de cada especie por si acaso se extinguían: tres escritoras de distinta edad y pelaje: la bella León, con su teatro; ella misma o Elena, con sus cuentos; Columbine, la primera corresponsal de guerra; tres abogadas con vocación política, la Kent y su moderación, la Nelken y su agitación verbal, la Campoamor y su determinación, y la Maetzu y su obsesión por formar a las mujeres del futuro.
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