Zona de habitabilidad de Rubén Pedreira
Supongo que lo que aprendí es que nunca serñe lo que quise ser. Aprendí que es el momento de darse cuenta de que la vida es lo que es, no lo que queremos que sea.
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Supongo que lo que aprendí es que nunca serñe lo que quise ser. Aprendí que es el momento de darse cuenta de que la vida es lo que es, no lo que queremos que sea.
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«Si viajara en el tiempo para contarle mi vida actual a mi yo de veinte años, creo que mi homólogo del pasado lo vería como un fracaso imperdonable, porque antes solía pensar que la vida se va asentando sola y que la madurez aparece de pronto, lo que te lleva a evolucionar por dentro en la misma medida que por fuera. Pero ahora creo que no es así, creo que la madurez se confunde con la rutina y con su aceptación».
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Una de las certezas que aprendes con el paso del tiempo es que casi todas las relaciones que tenías y dabas por eternas no son tal cosa y se van apagando poco a poco. Pero, en cierto modo, es positivo; el proceso de madurar no se basa en aprender a enfrentarte a la vida, esa es la consecuencia y no llega por generación espontánea. La base de esa maduración creo que es irse acostumbrando a una soledad que crece progresivamente y te obliga a aprender a solucionar cada vez más cosas por ti mismo.
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De cualquier manera, esto al menos me ayuda a ver clara una cosa, y es que no existe nada más ridículo que dedicar tiempo de tu vida a escribir para ser leído, lo hagas bien o lo hagas mal. ¿Lo que busca el mundo es esto?
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Quizá la cosa no se base tanto en no fracasar, sino en fracasar haciendo las cosas idóneas.
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Antaño pensaba, con la inteligencia que otorga siempre el no tener ni puta idea de nada, que el cerebro era capaz de ordenarse a sí mismo por arte de magia y de ir haciéndote desear las cosas adecuadas en cada momento. Ahora sé que no, sé que los deseos son los mismos siempre, pero es el cuerpo el que cambia y se cansa. No deseas otras cosas, simplemente te resignas a no tenerlas. Y yo intento que esa resignación no llegue, aunque a veces también pienso que buscar un acomodo que me permita vivir en calma es la única opción, que la estabilidad externa llamará a la estabilidad interna. Pero temo que no sea así, que en realidad lo que llamamos estabilidad sea más bien conformismo. ¿Y yo qué tengo para conformarme?
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Caímos en tiempos de inmovilismo en los que la única exploración que está en nuestra mano es la interna; una exploración que no va con nosotros. Dentro de cada uno lo único que existe es la nada más absoluta y resulta duro tener que decirte a ti mismo un rotundo "Soy irrelevancia pura".
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A falta de una máquina del tiempo que nos diga cuál era la filosofía de vida original del ser humano, lo que creo que está claro es que ahora morimos más lento que nunca y también se nos obliga a hacer lo que no queremos con más elegancia que nunca.
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Esa tendencia tan humana de estar siempre deseando que llegue el fin de semana es algo que me resulta conceptualmente incómodo. No deja de ser una reflexión típica de filósofo cutre, pero es cierto que no debería ser así, no deberíamos despreciar por defecto la mayoría de nuestros días de vida. No sé si siempre fue así, me gustaría saber si los primeros humanos encaraban los lunes con ilusión.
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En estos tiempos, la escritura no pasa de ser un hobby para personas ociosas, nadie en su sano juicio querría dedicarse a ello porque ahora la gente solo compra libros de empalagosos que escriben poesías que no riman o de famosos que firman libros escritos por otra gente. No me quejo, en cualquier caso. Es normal que lean cosas así, porque en las redes sociales queda mucho más elegante subir la foto de un libro en el que se lee una mierda tipo "el único beso que me diste lo dosificaré hasta mi muerte" que un libro en el que se lee "menudo gilipollas el moñas este de los versos absurdos".
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Durante la semana siempre se tiene esa ilusión de dedicar los días de descanso a hacer cosas productivas, pero, por alguna extraña razón, cuando acaricias un poco de libertad que podrías emplear en leer En busca del tiempo perdido, aprender a tocar un instrumento o construir tu propia casa de cinco plantas con piscina y cancha de tenis a partir de materiales reciclados, al final te encuentras que tu cerebro está totalmente licuado y solo te permite tumbarte en la cama mirando a una pantalla.
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En las películas te lo pintan de otra manera. Te enseñan que, cuando te despiertas sudando y peleando por hacer llegar el aire a los pulmones, solo necesitas que la persona que tienes a tu lado se despierte a la vez y, con una voz aterciopelada que un humano convencional no tiene al ser arrancado de un sueño, te diga que todo va a ir bien mientras te abraza firmemente.
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Gregorio Samsa es un ...