Domingo Lluvia había dejado un vacío inconmensurable en el corazón de Brenda Lluvia, un vacío que la devoraba, la consumía y la empujaba a la más horrible de las soledades.
Eso era el arte para él, una forma de sobrevivir al mundo que nos rodea, de hacer que el aramo de las flores no desaparezca y quede plasmado en un lienzo o una palabra. Eso era el arte para mí, la supremacía de lo inmortal sobre lo que queda atrás.
¿En eso se había convertido el arte para ella? ¿En empobrecer la belleza? ¿En enturbiar imágenes y recuerdos límpidos con unas palabras poco dignas para ellos?