María Pilar Balado
En medio de un inminente ataque de ansiedad, las manos temblorosas y las lágrimas a chorro deslizándose por mi cara, me senté en el sofá para llamar a la Policía. ¿Qué iba a decirles? Mi hijo autista y agorafóbico ha desaparecido de casa. ¿Qué por qué estaba solo? Pues porque tengo que trabajar para poder mantenerlo. ¿Qué dónde puede haber ido? No le digo que no sale de casa... a ningún sitio. ¿Que si he llamado a sus amigos? Es usted idiota, ¡qué amigos ni que ocho cuartos! ¡Es autista!... y no, no responde a ningún nombre, se llama Arturo pero no responde si le llaman y, por favor, si lo encuentran no lo toquen... |