Una cierta edad de
Marcos Ordóñez
Los cuentos: siempre «poco unitarios». Excepción: cuando la muerte del autor los reunifica, como un hilo espectral, fosforescente, y los críticos se sienten liberados de tener que esperar la nueva entrega de algo más denso, más serio, más enjundioso. La muerte convierte la última obra del autor (sí, esos cuentos «poco unitarios») en una muestra de su «extrema depuración formal». Es como si los cuentos solo fueran secretamente tolerados al principio o al final de la carrera de un escritor. Hay otra condena antigua, paralela a esta, y de la que no escapamos: la novela sigue siendo el género rey. Aunque la mayoría no se lean, por supuesto. Con la novela se supone que el autor «da el do de pecho». En los anuncios o reseñas de una novela larga, el adjetivo es siempre «ambiciosa». Rara vez se aplica a un libro de cuentos, o de ensayos, o de crónicas, por muy ambiciosos que sean. Todo lo que no sea novela sigue siendo un pequeño quebradero de cabeza para críticos, libreros y algunos lectores, por muy modernos que se consideren. ¿Qué hago con esto, dónde lo meto?.
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