Que nadie duerma de Juan José Millás
De este modo, agitándose, en lo que tenía de ave, y abatida por una fiebre de mujer que seguramente había superado los límites de un termómetro convencional, cayó en un estado de estupor desde que el que se precipitó en un sueño repleto de túneles inmateriales, aunque oscuros, como las galerías más profundas de la conciencia.
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