El último milagro de Horacio Convertini
Un futbolista jamás se mostraba tan vulnerable como cuando hablaba en confianza con su entrenador: ahí le brotaban los miedos, las debilidades, las dobleces, porque -igual que un pecador en el confesionario- el jugador creía que la desnudez de su alma estaba protegida por un pacto tácito de silencio.
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