Madame Bovary de Gustave Flaubert
Porque unos labios libertinos o venales le hubieran susurrado frases por el estilo, ahora apenas era capaz de apreciar el candor de las de Emma. Habría que erradicar, pensaba, los discursos exagerados que, a fin de cuentas, sólo sirven para encubrir afectos mediocres. Como si la plenitud del alma no se desbordara a veces en metáforas de lo más vanas, ya que nadie puede dar nunca la exacta medida de sus necesidades, conceptos o dolores, siendo como es la palabra humana semejante a un caldero cascado a cuyos sones hacemos bailar a los osos cuando pretendíamos conmover a las estrellas.
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