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Estación Once de Emily St. John Mandel
No más Internet. No más redes sociales, no más avanzar con el ratón por letanías de sueños, esperanzas nerviosas, fotografías de comida, gritos de ayuda y expresiones de satisfacción, actualizaciones del estado sentimental con iconos de corazones enteros o rotos, planes para quedar después, súplicas, quejas, deseos, fotos de bebés vestidos de osos o de pimientos en Halloween. No más leer y comentar las vidas de los demás y sentirse algo menos solo en el mundo al hacerlo. No más avatares.
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Estación Once de Emily St. John Mandel
Acostumbraba a dar propinas excesivas desde que tenía dinero. Eran pequeñas compensaciones por la suerte que había tenido.
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Estación Once de Emily St. John Mandel
Tal vez la supervivencia fuera insuficiente, le había dicho a Dieter durante una conversación ya entrada la noche, pero también lo era Shakespeare. Él volvió a utilizar sus argumentos habituales sobre que Shakespeare había vivido en una sociedad sin electricidad y azotada por las plagas, igual que la Sinfonía Viajera. Pero la diferencia era que ellos habían conocido la electricidad, repuso ella, habían presenciado el desmoronamiento de una civilización, y Shakespeare no. En los tiempos de Shakespearelas maravillas de la tecnología todavía quedaban por delante, no por detrás.
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Estación Once de Emily St. John Mandel
Una vez había conocido a un hombre mayor cerca de Kincardine que juraba que los asesinados persiguen a sus asesinos hasta la tumba, y pensaba en eso mientras caminaban, en la idea de arrastrar almas por todo el camino como latas atadas a una cuerda.
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Gregorio Samsa es un ...