La gota de sangre de Emilia Pardo Bazán
El retrato de Chulita, hecho por un pastelista de moda, se ostentaba sobre el sofá. El artista, muerto muy joven, había traducido fielmente aquella expresión enigmática de los oscuros ojos, aquella sangrante frescura de la boca, y, además, el modelado exquisito de un busto perfecto, diminuto como el de una niña, diabólicamente virginal, que señalaba el ceñido traje, de forma imperio, de gasa rojiza realzado por cinturón y bordados de plata oxidada. ¡Oh mujer, señuelo del espíritu del mal! ¡Bajo esa gracia tuya late el hervor de la gusanera del sepulcro!
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