Meridiano de sangre de Cormac McCarthy
Los libros mienten, dijo. Dios no. No, dijo el juez. Dios no. Y estas son sus palabras. Les mostró un pedazo de roca. Él habla por mediación de los árboles y las piedras. Los harapientos intrusos se miraron asintiendo con la cabeza y no tardaron en darle la razón, a aquel hombre instruido, en todas sus conjeturas, cosa que el juez se ocupó de fomentar hasta que los hubo convertido en prosélitos del nuevo orden solo para después burlarse de ellos por ser tan tontos.
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