La pasión según G. H. de Clarice Lispector
Cada palabra nuestra -en el tiempo que denominábamos vacío-, cada palabra era tan leve y estaba tan vacía como una mariposa: la palabra volteaba desde dentro contra la boca, las palabras se decían, pero no las escuchábamos porque los glaciares licuados producían mucho estrépito al fluir. En medio del fragor líquido, nuestras bocas se mecían diciendo, y en la verdad solo veíamos las bocas moviéndose pero no las oíamos; mirábamos uno hacia la boca del otro, viéndola hablar, y poco importaba que no escuchásemos, [...].
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