Cuento de Navidad de Charles Dickens
¡Oh muerte fría, fría, rígida y atroz, eleva aquí tu altar y vístelo con esos pavores que sólo a ti obedecen porque este es tu reino! Pero en tus terribles propósitos no podrás volver odioso un solo rasgo ni tocar un solo cabello de los rostros amados, honrados y reverenciados. Y no es porque la mano sea pesada y se desplome al soltarla, ni porque se hayan parado los pulsos y el corazón, sino porque ERA una mano abierta, generosa; fiel; porque era un corazón valiente, cálido y tierno; porque el pulso era un pulso de un hombre de verdad. ¡Golpea, sombra, golpea y verás cómo manan de la herida sus buenas obras para sembrar en el mundo vida inmortal!
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