Cuento de Navidad de Charles Dickens
¡Ay, con qué mano más férrea lo manejaba todo Scrooge! Era un viejo pecador agarrado, aprovechado, ahorrativo, cicatero y codicioso. Duro y afilado como un pedernal del que jamás acero alguno había extraído un generoso fuego; reservado, independiente y más solo que la una. El frío de su interior helaba sus ancianos rasgos, le cortaba la nariz puntiaguda, le arrugaba las mejillas, lo agarrotaba al andar; le volvía rojos los ojos y azules los finos labios, y hablaba con astucia a través de su chirriante voz. Tenía una gélida escarcha sobre la cabeza, las cejas y la enjuta barbilla. Siempre llevaba su baja temperatura con él; congelaba su despacho en la canícula y no lo deshelaba ni un grado en Navidad.
|