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El vuelo de la libélula de Ana Iturgaiz
Marta miró la estampa que tenía antes sí y se sintió fuera de lugar. Era una blanca, una europea, en medio de un bosque tropical rodeada de gente con la que no compartía nada, ni ideas, ni creencias ni el concepto de la vida, y a la que no era capaz sino de contemplar con escepticismo, o peor, con la breve curiosidad de una turista, y a la que solo recordaría si tenían la suerte de pasar ante el objetivo de su cámara de fotos. Se sintió extraña y fisgona. Se sintió mal.
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