El lector de Julio Verne de Almudena Grandes
Y no nos dijo nada, no hizo el menor gesto, no despegó los labios, sólo nos miraba, apoyada en la puerta de su casa, con los brazos cruzados debajo del pecho, sin llorar, sin sonreír, sin moverse nos miraba, y en sus ojos quietos, tan serenos como una estatua, cabía todo, un mundo entero de amor y de odio, de dolor y de rencor, de debilidad y de firmeza, de desesperación y de convencimiento, de fe, de venganza.
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