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La iglesia de Alberto Caliani
Está convencido de que esto está más embrujado que el Pasaje del Terror, pero a él no le da miedo. Yo creo que es tan feo el hijo de puta que haría salir por patas al mismísimo diablo
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Calificación promedio: 5 (sobre 47 calificaciones)
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La iglesia de Alberto Caliani
Está convencido de que esto está más embrujado que el Pasaje del Terror, pero a él no le da miedo. Yo creo que es tan feo el hijo de puta que haría salir por patas al mismísimo diablo
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La iglesia de Alberto Caliani
El terror es una mano invisible e implacable, que te oprime el corazón y te deja paralizado.
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La iglesia de Alberto Caliani
Le quitan de profesor para atender a un puñado de beatas convencidas de que sus obligaciones con Dios consisten en pasar el mayor número de horas dentro de la iglesia, preferentemente dándole por culo al cura de turno, para luego poner verdes a sus vecinas y ejercer maldades varias, reforzadas por el poder del Espíritu Santo ¡Si eso no es un castigo, que venga Dios y lo vea!
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El caballero del viento de Alberto Caliani
todos nos queremos comer el mundo, hasta que te das cuenta de que es el mundo el que siempre te come a ti.
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La iglesia de Alberto Caliani
Jiménez metió la mano en el bolsillo y sacó un blíster de Almax. Le ofreció uno al padre Ernesto, pero este lo rechazó. Se metió dos en la boca y los masticó como si fueran cacahuetes. —El día menos pensado las inritaciones acabarán conmigo —se lamentó—, y si no lo hacen las inritaciones, lo harán las medicinas. Por la mañana me tomo un antidepresivo, para no suicidarme; luego un ansiolítico, para no matar a mi mujer, luego la de la tensión, para no morirme; a mediodía la del colesterol y la del azúcar, para comer lo que me salga del nabo. ¡Ah, me olvidaba del Omeprazol! Esa es para que no me reviente el estómago con toda la mierda que me meto. Una vez me despisté y me comí las pastillas del perro, padre, así ando... Lo último que le apetecía al padre . Ernesto era reírse, pero no tuvo más remedio que hacerlo. Aquel tipo era todo un personaje. En cuanto se sintió mejor de sus ardores de estómago, Jiménez continuó elogiando a su ciudad. |
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La iglesia de Alberto Caliani
—No me jodas... —pronunció en voz alta, dando un trago a su bebida. Cabían dos posibilidades: la primera, la más normal, que se tratara de una pareidolia; la segunda, que fuera la señal de SOS de un antiguo fresco abriéndose paso a través de la pintura vieja. Esta última opción se le antojó emocionante. Se acercó un poco más al monitor, intentando adivinar alguna forma reconocible en la mancha. De pronto, la fotografía cobró vida, como si se hubiera transformado en un vídeo. Parpadeó tres veces ante la hipnótica danza de píxeles, pero esta no se detuvo. Maite recordó aquella vez que probó un trippy en los ochenta, y cómo los alicatados de los baños fluctuaban en un espectáculo psicodélico fascinante bajo el influjo del LSD. Lo que veía ahora en pantalla era algo muy parecido, hasta que la mancha se retorció hasta formar una frase legible:
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La iglesia de Alberto Caliani
—Antes era más fácil creer en Dios que ahora, y no me refiero solo a los cristianos. Con tantos adelantos como hay, a la juventud le cuesta trabajo pensar que hay alguien ahí arriba que nos cuida —lanzó uno de sus suspiros—. Pero en fin, qué se le va a hacer...
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La iglesia de Alberto Caliani
Un rancio hedor a cripta, espeso y nauseabundo, reptó desde las tinieblas hasta sus fosas nasales. El silencio que acompañó estos primeros instantes de descubrimiento fue quebrado por la voz carente de emoción de Ernesto. —Hoy comeremos más tarde —anunció. |
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La iglesia de Alberto Caliani
La señora encendió su pitillo con elegancia, a pesar de que el mechero de los chinos que utilizó para hacerlo era el paradigma de la horterada. Juan Antonio pensó que el falso glamour que destilaba acababa de condensarse en el suelo, en forma de charco.
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La iglesia de Alberto Caliani
- Si esta es la casa de Dios, padre Félix, ya le digo yo que Dios no está en casa.
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Gregorio Samsa es un ...