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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
Creyó que ese día su corazón estallaría en mil pedazos por el dolor, pero... no ocurrió. Esa mañana odió al mundo que con indiferencia seguía su ritmo como si nada sucediera, y él deseaba salir a la calle y gritar enfurecido: ¡eh, dejad de hablad, dejad de reír, callad todos!, ¿acaso no veis que ella ha muerto? Ese día temió, quizás en parte fue así, admitió, ni poder reconciliarse con el mundo nunca más.
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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
Había aprendido que, en ese lugar, la gratitud, como el odio, se encerraba en su mirada, en un gesto, y todos esos desdichados sabían leer en los ojos mejor que una vieja pitonisa en las líneas de la mano.
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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
Hacía ya mucho tiempo que el instinto de sobrevivir había superado la barrera de la vergüenza. En aquel infierno, las elecciones eran muy sencillas: un poco de calor podía regalar un día más de vida; el recato, simplemente, arrebatártela.
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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
La vejez, hijo mío, solo tiene una cosa buena -me comentó una tarde de domingo mientras le acompañaba en una de sus paseos-, te ayuda a Alex apropiarte de todo lo banal y fútil, y te ofrece la oportunidad de apreciar lo verdaderamente esencial de la vida. Te acerca a la más absoluta sencillez y hace que una simple larga meada -dijo sonriente- se pueda convertir, cómo por arte de magia en el mejor momento de la semana.
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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
Señores, tengan mucho cuidado. No es el mejor momento para estar en esta zona fronteriza. Los enemigos están delante y también por la espalda y un hombre, recuerden, solo puede mirar en una dirección.
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La ruta de los huesos de Roberto Corral Moro
En una ocasión escuché a un sacerdote decir que los hombres del hoy no somos más que enanos subidos a hombros de gigantes; nuestros ancestros; nuestra historia. Así lo creo, y también que no somos olvidados tras la muerte en la medida en que alguien, en algún momento de su vida, nos dedica un recuerdo, aunque sea mínimo, un solo instante. Ese es nuestro único menaje posible a los muertos: hablar de ellos, no olvidarles.
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¿Cuál es el órgano que trasplantan a Cora?